lunes, 29 de marzo de 2010

** ORIGEN DE LA CALIDAD **



Cuando William Edward Deming viajó en 1950 a Japón y tuvo oportunidad de reunirse con directivos de empresas japonesas para hablarles del control estadístico de la calidad, estaba poniendo los pilares de un nuevo boom, cuyo desarrollo espectacular se efectuaría a partir de los años 80. Habían pasado 3 décadas y los japoneses ponían sus productos en los mercados internacionales con un solo distintivo: calidad.
A partir de entonces, ésta palabra mágica y mítica, como símbolo máximo de los mejores, aparece en los medios de comunicación transmitiendo un mensaje claro a una demanda que ya tiene oportunidad de elegir productos y servicios dirigidos especialmente a ella, pero que además están diseñados a satisfacer en el momento adecuado a los clientes que los compran.
La calidad es por sí misma una consecuencia de la propia modernidad de los avances de este siglo pasado y de la posibilidad de poder elegir un mayor número de productos y servicios similares, pero con atributos superiores unos en relación con otros. Todos sabemos que un país puede tener un determinado número de hoteles de 4 estrellas, pero sus clientes eligen los que son capaces de dar más en las mismas condiciones. La calidad, además, no siempre es percibida de la misma manera. Cada persona determina en cada momento cuál es la calidad que necesita. Este es el gran reto de la calidad: hacer coincidir los mejores atributos en el instante en el que nuestros clientes demandan servicios y productos allí donde se encuentran para satisfacer la necesidad de esos momentos y en esas circunstancias. La calidad se hace patente en cada persona cuando al disfrutar de producto o servicio lo percibe extraordinario, ya que cumple con lo que esperaba.
A través de los tiempos, la calidad ha ido implícita en el servicio humano, en sus actividades, en sus resultados. El hombre de la edad de piedra se esforzaba en mejorar sus puntas de silex para conseguir cazar de una manera más certera y eficaz. En la antigua Mesopotamia, los industriales de la guerra perfeccionaban las ruedas de los carros de los guerreros para conseguir una mayor velocidad y estabilidad. Los griegos expresaban calidad en sus teorías y en sus esculturas y arquitectura, que hoy son todavía expresión del arte de la máxima calidad.
Los romanos hacían un culto vitalista de la calidad. Grandes y refinados festines, donde los manjares más selectos y elaborados eran la expresión práctica y real de la calidad. Los políticos, en sus constantes y alargados discursos en el senado, ofrecían calidad. Calidad en el medievo, en los monasterios, donde se estudiaban y se elaboraban textos que darían lugar a códices de incalculable valor. Calidad a lo largo de los siglos hemos visto en monumentos, en edificios históricos, en las artes plásticas, en los escritos, en la poesía; en definitiva, la calidad a través de los tiempos ha llegado a nuestros días como resultado de algo bien hecho. Con la revolución industrial de finales del siglo XVIII aparece la calidad en la industria, en las manufacturas, en los productos industriales, y es a finales del siglo XX cuando la calidad llega a los servicios.
Siempre ha existido la calidad, aunque pensada y sentida en formas diferentes. La calidad forma parte de la humanidad y de su evolución. Hemos redescubierto la calidad a finales del siglo XX. Esta emergiendo un nuevo concepto de calidad para unos nuevos ciudadanos. Ya no son unos pocos los que producen y otros pocos los que disfrutan. La calidad llega a la mayoría a través de productos y servicios que satisfacen a unos con todo lujo de atributos y a otros de una forma más sencilla, aunque en ambos casos tienen el sello inconfundible de la calidad. La calidad está ahí, en nosotros mismos, siempre que seamos capaces de transformar nuestra labor diaria en un ejercicio del bien hacer. La calidad es una incursión permanente de la ética en el trabajo, con el deseo permanente de ofrecer lo mejor de nosotros mismos. Solo así se podrá alcanzar en objetivo de la calidad.

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